Notaba el viento en la piel, el frío helaba mis
venas. Una mañana invernal y gris entristecía el día. Caminaba hacia el
instituto, como todas las mañanas en Brooklyn. Las miradas de los
compañeros por los pasillos se me clavaban como puñales, mi belleza
obligada a ser tapada por un halo de oscuridad, sabía que la envidia se palpaba
en el ambiente. Ya eran diecisiete años de aguantar las habladurías de todos
aquellos que me rodeaban, diecisiete años de amargura a cada instante, sin amor
recibido ni encontrado…No había día que pasara sin preguntar quién se iba a
fijar en mí, en ese velo de oscuridad que me cubría. Algo en mi interior.
Solo quería llorar, gritarle al mundo, la gente me confundía con una marginada,
porque no me conocían. Quería que alguien me dijera te quiero;
desesperadamente, llegaban instantes en los que solo podía dibujar corazones,
en pequeños trozos de papel. Por qué ha de pasarme esto a mí…no encajo con
nadie, creo que la mayoría de la gente cree que me voy a suicidar, pero no, no
dejare que piensen eso. Solo…quiero…brillar. Escribía tristes canciones, las
cuales rebelaban mis sentimientos al aire. Porque desearía tanto ser feliz,
seguramente porque no había notado el amor de una madre a un hijo…en aquellos
momentos llorar no servía, pero sí apretarse con fuerza a la almohada, y
despertarse hacía un nuevo día, un nuevo comienzo. Y eso era lo que iba a
hacer.
-
Kiara Waldlow, a la pizarra, por favor- le avisó el profesor de historia.-
Escríbame la frase en latín “Porque la oscuridad es la ausencia de luz, porque
tu presencia hace que se ilumine más de un mundo.”
Temerosa y asustada, me acerque hacia la pizarra. Ya
había estudiado la lección la noche anterior, así que se mantenía fresco en mí
cabeza. Las miradas de mis compañeros hacían que las manos me comenzasen a
sudar y la sensación de nerviosismo se apoderaba de mí. El profesor sabía de la
existencia de mi miedo, pero no hacía nada para evitarlo.
Cogí una de las tizas y empecé a escribir, me temblaba
el pulso. Mis letras reflejaban mis nervios pero, algo en mi interior, hizo que
me relajará y que mi letra fuera clara y precisa. Con ágiles movimientos plasmé
en la pizarra la siguiente frase: “Quia lucis absentia tenebrae, quia lux
praesentia plures mundi.”
- Correcto, me
podría decir que significa.- dijo el profesor que contemplaba con admiración el
resultado. Más tarde, observé como apuntaba algo en su cuaderno. Las mejillas
me comenzaron a arder sin yo desearlo.
-Sí, claro.- carraspeé y tragué saliva antes de contestar- Es una carta
anónima de amor, seguramente, escondida de forma rebuscada en un libro de
mitología griega. Quiere decir que no siempre la luz le guía e ilumina. Está oscuro, aunque eso no significa que sea
malo. Únicamente, la presencia de su amada hace que su oscuro corazón se
ilumine. Eso la convierte la que guía e ilumina su camino, su vida. Me imagino
que, por ese simple y mero hecho, la ama.- terminé de relatar mi respuesta,
incrédula de cómo había domado el uso de las palabras.
- Correcto, lo del final es cosecha suya, ¿verdad Señorita Waldlow?- le
preguntó el maestro sin darle tiempo a responder de nuevo- Ya se puede sentar.-
volvió a apuntar algo en aquel cuaderno. En aquel instante en el que dijo que
lo último que había dicho era invención mía, algo en mi interior le
contradecía. Me fui dando largas zancadas hacia mi pupitre. El calor de mis
mejillas encendidas se fue reduciendo poco a poco, hasta volver a ser de nuevo
mi tez blanca como la nieve recién caída.
Cuando me senté, había un papel hecho una bola
arrugada. Lo abrí con delicadeza, dentro había un dibujo de una chica mal
dibujada, pintada de negro y un profesor dibujando en su cuaderno. En el papel
ponía empollona, rarita, marginada…y más cosas que, tal vez por la costumbre
que ya me suponían esas palabras o por mí miedo natural, no pude seguir
leyendo. Quedaban dos días para mi cumpleaños, nadie me iba a felicitar. Ya era
consciente de eso. Me hacía sentir infelicidad el que nadie se alegrará de que
hubiera nacido. Menos mal que era la última clase, quería irme a casa y
escribir alguna triste canción que reflejará lo que siento. Quería llorar,
sentarme al lado de una ventana y ver a la gente, feliz, pasar por debajo de mí
mientras leo un clásico de la literatura. Los libros eran mi vía de escape de
la realidad. Tal vez, mis únicos amigos…
Nadie comprendía mi situación, nadie podía imaginarse
que es sentir todos los días el rechazo de toda las personas que te rodean, el
desprecio que sentían hacia ti y el que terminabas sintiendo tú por su culpa. Echo
de menos aquellos tiempos en los que los días anteriores de mi cumpleaños
estaba emocionada, ansiosa, haciendo una lista de regalos…pero desde que
descubrí lo que sentía mí tía acerca de mí, ya las fiestas de cumpleaños se
fueron acabando, los regalos, los cupcakes para desayunar que decían
felicidades, todo lo que tuviera que ver con mi nacimiento. Los únicos que me
felicitaban eran mis dos primos pequeños y por obligación de mí tía, que les
daba alguna recompensa si me lo decían a
primera hora de la mañana.
¡Me he preguntado tantas veces que hago en este mundo!
¿Por qué estoy en este lugar? ¿Quién soy Nunca antes me lo había preguntado
hasta hace unos pocos días. Sabía que las lágrimas iban a brotar de mis ojos de
un momento a otro. Empezaba a notarme los ojos húmedos, me escocían. De
repente, la sirena sonó, ya se habían acabado las clases. Mientras salía a toda
prisa las lágrimas empezaron a precipitarse por mis mejillas poco a poco. Ya
iba corriendo por el pasillo del instituto cuando la gente me miraba y
cuchicheaban entre ellos. Cuando por fin llegue a la puerta principal, salí
corriendo, con la mochila a cuestas botándome sobre la espalda.
La piel me ardía, estaba húmeda, apreté los dientes,
para no llorar más, pero las lágrimas no se detenían, había llegado a un punto
en el que la gente me miraba por la calle. Después de haber corrido todo ese
largo tramo hasta mi casa y que nadie me hubiera preguntado nada, ni un simple
¿te encuentras bien? hacia mí, me hacía
sentirme aun peor. Muchas veces había intentado no pensar en ello, pero era muy
complicado. Llegué a casa, tenía a mis dos primos merendando en la cocina,
pasaron de mí, al igual que mi tía, al igual que todo el mundo. Me fui a la
cama directamente.
Me quité toda la ropa, me puse el pijama y me metí
rápidamente en la cama. El tacto de las sábanas sobre mi piel mi reconfortaba,
pero no detenía las lágrimas. Nadie subía a consolarme. Las preguntas rebotaban
en mi mente como un eco constante. Tantas preguntas y ni una sola respuesta.
Soy una persona que, sí, ha nacido, pero apareció el 5 de noviembre así como
así, como por arte de magia, sin madre, sin padre…sin nadie que me quisiera.
Las lágrimas
cesaron, cogí el cuaderno en el que escribía mis canciones tristes y dolorosas.
Empecé a plasmar las palabras brotaban de mí, como la luz nace de la oscuridad.
Deje el cuaderno y lo guardé en un cajón bajo llave. Escuché una serie de pasos
que se aproximaban a mí habitación. Sin llamar a la puerta entro mí tía, era
delgaducha, de piel pálida, con unos ojos
verdes que te atravesaban y una larga melena negra descuidada. Los signos de la
edad se hacían presentes en ella, en sus profundas ojeras o sus pronunciadas
arrugas en torno al cuello. Vestía con el uniforme de enfermera. Desde joven
trabajó en el hospital, en el turno de noche.
-¿Ya estás otra vez metida en la cama? Eres una vaga.- me dijo clavando su
mirada penetrante color esmeralda. Su voz sonaba distante y fría, como un
témpano de hielo.
-Sí, y no, no soy una vaga.- dije intentando que no se notará que había
llorado. Tuve que carraspear varias veces hasta obtener un tono de voz natural.
Mi esfuerzo fue en vano
- Menos mal que me quedan solo dos días de soportarte. Hoy ya es tres de
noviembre, así que únicamente quedan dos
días para tu cumpleaños. Cumples dieciocho, así que ya no tendré la obligación
de mantenerte.- dijo aliviada.
- Ya sé que te
quedan dos días para soportarme, pero me los podías hacer un poco más
agradables aunque no me quieras.- dije aferrando los puños a mis blancas
sábanas
-No podría otorgarte semejante deseo.- le dijo con aires de superioridad- Diecisiete
años soportándote…prefiero amargarte estos últimos dos días.-dijo sonriendo de
oreja a oreja. Su sonrisa era malévola, al igual que ella.
-¿Pero tan malos han sido estos años conmigo, tan mal me he portado?- dije
ya medio llorando.
-No, pero te pareces a tu madre y eso hace que te odie.-dijo mientras se le
oscurecía la mirada.- Bueno me voy.-dijo finalmente volviendo la puerta de un
portazo. De nuevo el silencio reinaba en la habitación. Era tanta la ira y la
frustración que guardaba dentro que la desaté arrojando una de las almohadas de
mi cama contra una mesilla llena de frascos y figuritas de cristal. Muchas de
ellas acabaron impactadas contra el suelo hechas añicos.
Se oyó el repiqueteo de sus tacones, en las maderas de
las escaleras. Yo ya no paraba de llorar otra vez, y ahora tenía otra frase
asomándome en mi mente “te pareces a tu madre y eso hace que te odie”.
Mejor quedarme dormida y pensar en que mañana será otro día.
Eran las ocho y media, me duche y me cambie para ir al
instituto, llevaba unos pantalones negros, un jersey blanco con transparencias,
mi cazadora de piel negra y mis botines rojos favoritos. Preparada para un nuevo
día, me decía para animarme. Siempre resultaba inútil, mañana era mi cumpleaños
y ya sabía que iba a pasar, otro día que me pertenece pasándolo sola, encerrada
en esa coraza. Salí de casa.
Mientras iba por la calle, notaba que las miradas de
la gente iban dirigidas hacia mí, yo iba cabizbaja, cuando por fin llegue al
instituto, lo mismo de todos los días, miradas celosas, apuñaladas por la
espalda, risas, abucheos, insultos…aquellas paredes acumulaban todo mi
dolor. Llorar no servía de nada, pero las lágrimas brotaban solas de mis ojos.
Me dirigí hacia el aula en la que tenía la primera clase, plástica, donde
imprimía mis frustraciones y dolores en papel. Esa hora siempre se me hacía
corta.
Me dirigí hacia el aula de lengua. Esa clase era
especial. Allí podía soñar con encontrarme en uno de esos ocultos y
rebuscados libros. Mi mayor deseo siempre fue entrar en un libro del que fuese
imposible salir, permanecer prisionera de sus páginas e historias narradas en
ellas.
Fui así, de aula en aula esperando a que sucediera
algo distinto, había caído en la rutina. Era desagradable pensarlo. Otro día
más de mi vida terminaba. Me dirigí hacia casa, cuando me di cuenta de que
estaba empezando a llover, así que corrí más y más hasta que llegue a casa.
Abrí la puerta, y me metí dentro de casa, tenía a mi tía, se veía que estaba
esperándome, cuando estaba nerviosa porque tenía que decir algo importante
siempre tenía una taza de su té favorito entre las manos. Cuando me vio me hizo
una mueca para que me sentará en el sillón que estaba en frente. Me dirigí
hacia el sillón y me senté.
-
A partir de mañana buscaras trabajo y ahorraras dinero, y cuando tengas
suficiente te independizaras, y ya no vendrás por aquí nunca más. Te puedes
quedar aquí mientras tanto.- dijo ella nerviosa por mi reacción.
-
Está bien.-dije yo conmocionada.
-
Vale, adiós me voy a trabajar.
-
Adiós.
Me dirigí hacia mi cuarto cerré la puerta, la cerré
suavemente. Me cambie y me metí a la cama. Mañana ya era mi cumpleaños. Mejor
no pensar en ello. Me quede dormida. Y soñé por primera vez en toda mi vida.
Hola. Me parece una historia muy interesante, me la voy a empezar a leer, y ya te comento.
ResponderEliminarUn saludo.
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