Descripción del blog:

Este es un blog en el que dos amigas publicamos nuestra historia. Comenzamos con la primera parte; "Aullido en la oscuridad" ¡Esperamos que os guste!

lunes, 4 de noviembre de 2013

Aullido en la oscuridad. Capítulo: 1


Notaba el viento en la piel, el frío helaba mis venas.  Una mañana invernal y gris entristecía el día. Caminaba hacia el instituto, como todas las mañanas en Brooklyn.  Las miradas de los compañeros por los pasillos se  me clavaban como puñales, mi belleza obligada a ser tapada por un halo de oscuridad, sabía que la envidia se palpaba en el ambiente. Ya eran diecisiete años de aguantar las habladurías de todos aquellos que me rodeaban, diecisiete años de amargura a cada instante, sin amor recibido ni encontrado…No había día que pasara sin preguntar quién se iba a fijar en mí, en ese velo de oscuridad que me cubría.  Algo en mi interior. Solo quería llorar, gritarle al mundo, la gente me confundía con una marginada, porque no me conocían. Quería que alguien me dijera te quiero;  desesperadamente, llegaban instantes en los que solo podía dibujar corazones, en pequeños trozos de papel. Por qué ha de pasarme esto a mí…no encajo con nadie, creo que la mayoría de la gente cree que me voy a suicidar, pero no, no dejare que piensen eso. Solo…quiero…brillar. Escribía tristes canciones, las cuales rebelaban mis sentimientos al aire. Porque desearía tanto ser feliz, seguramente porque no había notado el amor de una madre a un hijo…en aquellos momentos llorar no servía, pero sí apretarse con fuerza a la almohada, y despertarse hacía un nuevo día, un nuevo comienzo.  Y eso era lo que iba a hacer.

-      Kiara Waldlow, a la pizarra, por favor- le avisó el profesor de historia.- Escríbame la frase en latín “Porque la oscuridad es la ausencia de luz, porque tu presencia hace que se ilumine más de un mundo.”
Temerosa y asustada, me acerque hacia la pizarra. Ya había estudiado la lección la noche anterior, así que se mantenía fresco en mí cabeza. Las miradas de mis compañeros hacían que las manos me comenzasen a sudar y la sensación de nerviosismo se apoderaba de mí. El profesor sabía de la existencia de mi miedo, pero no hacía nada para evitarlo.
Cogí una de las tizas y empecé a escribir, me temblaba el pulso. Mis letras reflejaban mis nervios pero, algo en mi interior, hizo que me relajará y que mi letra fuera clara y precisa. Con ágiles movimientos plasmé en la pizarra la siguiente frase: “Quia lucis absentia tenebrae, quia lux praesentia plures mundi.”
- Correcto, me podría decir que significa.- dijo el profesor que contemplaba con admiración el resultado. Más tarde, observé como apuntaba algo en su cuaderno. Las mejillas me comenzaron a arder sin yo desearlo.
-Sí, claro.- carraspeé y tragué saliva antes de contestar- Es una carta anónima de amor, seguramente, escondida de forma rebuscada en un libro de mitología griega. Quiere decir que no siempre la luz le guía e ilumina.  Está oscuro, aunque eso no significa que sea malo. Únicamente, la presencia de su amada hace que su oscuro corazón se ilumine. Eso la convierte la que guía e ilumina su camino, su vida. Me imagino que, por ese simple y mero hecho, la ama.- terminé de relatar mi respuesta, incrédula de cómo había domado el uso de las palabras.
-  Correcto, lo del final es cosecha suya, ¿verdad Señorita Waldlow?- le preguntó el maestro sin darle tiempo a responder de nuevo- Ya se puede sentar.- volvió a apuntar algo en aquel cuaderno. En aquel instante en el que dijo que lo último que había dicho era invención mía, algo en mi interior le contradecía. Me fui dando largas zancadas hacia mi pupitre. El calor de mis mejillas encendidas se fue reduciendo poco a poco, hasta volver a ser de nuevo mi tez blanca como la nieve recién caída.
Cuando me senté, había un papel hecho una bola arrugada. Lo abrí con delicadeza, dentro había un dibujo de una chica mal dibujada, pintada de negro y un profesor dibujando en su cuaderno. En el papel ponía empollona, rarita, marginada…y más cosas que, tal vez por la costumbre que ya me suponían esas palabras o por mí miedo natural, no pude seguir leyendo. Quedaban dos días para mi cumpleaños, nadie me iba a felicitar. Ya era consciente de eso. Me hacía sentir infelicidad el que nadie se alegrará de que hubiera nacido. Menos mal que era la última clase, quería irme a casa y escribir alguna triste canción que reflejará lo que siento. Quería llorar, sentarme al lado de una ventana y ver a la gente, feliz, pasar por debajo de mí mientras leo un clásico de la literatura. Los libros eran mi vía de escape de la realidad. Tal vez, mis únicos amigos…
Nadie comprendía mi situación, nadie podía imaginarse que es sentir todos los días el rechazo de toda las personas que te rodean, el desprecio que sentían hacia ti y el que terminabas sintiendo tú por su culpa. Echo de menos aquellos tiempos en los que los días anteriores de mi cumpleaños estaba emocionada, ansiosa, haciendo una lista de regalos…pero desde que descubrí lo que sentía mí tía acerca de mí, ya las fiestas de cumpleaños se fueron acabando, los regalos, los cupcakes para desayunar que decían felicidades, todo lo que tuviera que ver con mi nacimiento. Los únicos que me felicitaban eran mis dos primos pequeños y por obligación de mí tía, que les daba alguna recompensa  si me lo decían a primera hora de la mañana.
¡Me he preguntado tantas veces que hago en este mundo! ¿Por qué estoy en este lugar? ¿Quién soy Nunca antes me lo había preguntado hasta hace unos pocos días. Sabía que las lágrimas iban a brotar de mis ojos de un momento a otro. Empezaba a notarme los ojos húmedos, me escocían. De repente, la sirena sonó, ya se habían acabado las clases. Mientras salía a toda prisa las lágrimas empezaron a precipitarse por mis mejillas poco a poco. Ya iba corriendo por el pasillo del instituto cuando la gente me miraba y cuchicheaban entre ellos. Cuando por fin llegue a la puerta principal, salí corriendo, con la mochila a cuestas botándome sobre la espalda.
La piel me ardía, estaba húmeda, apreté los dientes, para no llorar más, pero las lágrimas no se detenían, había llegado a un punto en el que la gente me miraba por la calle. Después de haber corrido todo ese largo tramo hasta mi casa y que nadie me hubiera preguntado nada, ni un simple ¿te encuentras bien? hacia mí,  me hacía sentirme aun peor. Muchas veces había intentado no pensar en ello, pero era muy complicado. Llegué a casa, tenía a mis dos primos merendando en la cocina, pasaron de mí, al igual que mi tía, al igual que todo el mundo. Me fui a la cama directamente.
Me quité toda la ropa, me puse el pijama y me metí rápidamente en la cama. El tacto de las sábanas sobre mi piel mi reconfortaba, pero no detenía las lágrimas. Nadie subía a consolarme. Las preguntas rebotaban en mi mente como un eco constante. Tantas preguntas y ni una sola respuesta. Soy una persona que, sí, ha nacido, pero apareció el 5 de noviembre así como así, como por arte de magia, sin madre, sin padre…sin nadie que me quisiera.
 Las lágrimas cesaron, cogí el cuaderno en el que escribía mis canciones tristes y dolorosas. Empecé a plasmar las palabras brotaban de mí, como la luz nace de la oscuridad. Deje el cuaderno y lo guardé en un cajón bajo llave. Escuché una serie de pasos que se aproximaban a mí habitación. Sin llamar a la puerta entro mí tía, era delgaducha,  de piel pálida, con unos ojos verdes que te atravesaban y una larga melena negra descuidada. Los signos de la edad se hacían presentes en ella, en sus profundas ojeras o sus pronunciadas arrugas en torno al cuello. Vestía con el uniforme de enfermera. Desde joven trabajó en el hospital, en el turno de noche.
-¿Ya estás otra vez metida en la cama? Eres una vaga.- me dijo clavando su mirada penetrante color esmeralda. Su voz sonaba distante y fría, como un témpano de hielo.
-Sí, y no, no soy una vaga.- dije intentando que no se notará que había llorado. Tuve que carraspear varias veces hasta obtener un tono de voz natural. Mi esfuerzo fue en vano
- Menos mal que me quedan solo dos días de soportarte. Hoy ya es tres de noviembre,  así que únicamente quedan dos días para tu cumpleaños. Cumples dieciocho, así que ya no tendré la obligación de mantenerte.- dijo aliviada.
- Ya sé que te quedan dos días para soportarme, pero me los podías hacer un poco más agradables aunque no me quieras.- dije aferrando los puños a mis blancas sábanas
-No podría otorgarte semejante deseo.- le dijo con aires de superioridad- Diecisiete años soportándote…prefiero amargarte estos últimos dos días.-dijo sonriendo de oreja a oreja. Su sonrisa era malévola, al igual que ella.
-¿Pero tan malos han sido estos años conmigo, tan mal me he portado?- dije ya medio llorando.
-No, pero te pareces a tu madre y eso hace que te odie.-dijo mientras se le oscurecía la mirada.- Bueno me voy.-dijo finalmente volviendo la puerta de un portazo. De nuevo el silencio reinaba en la habitación. Era tanta la ira y la frustración que guardaba dentro que la desaté arrojando una de las almohadas de mi cama contra una mesilla llena de frascos y figuritas de cristal. Muchas de ellas acabaron impactadas contra el suelo hechas añicos.
Se oyó el repiqueteo de sus tacones, en las maderas de las escaleras. Yo ya no paraba de llorar otra vez, y ahora tenía otra frase asomándome en mi mente “te pareces a tu madre y eso hace que te odie”.  Mejor quedarme dormida y pensar en que mañana será otro día.

Eran las ocho y media, me duche y me cambie para ir al instituto, llevaba unos pantalones negros, un jersey blanco con transparencias, mi cazadora de piel negra y mis botines rojos favoritos. Preparada para un nuevo día, me decía para animarme. Siempre resultaba inútil, mañana era mi cumpleaños y ya sabía que iba a pasar, otro día que me pertenece pasándolo sola, encerrada en esa coraza. Salí de casa.
Mientras iba por la calle, notaba que las miradas de la gente iban dirigidas hacia mí, yo iba cabizbaja, cuando por fin llegue al instituto, lo mismo de todos los días, miradas celosas, apuñaladas por la espalda, risas, abucheos,  insultos…aquellas paredes acumulaban todo mi dolor. Llorar no servía de nada, pero las lágrimas brotaban solas de mis ojos. Me dirigí hacia el aula en la que tenía la primera clase, plástica, donde imprimía mis frustraciones y dolores en papel. Esa hora siempre se me hacía corta.
Me dirigí hacia el aula de lengua. Esa clase era especial. Allí podía soñar con encontrarme  en uno de esos ocultos y rebuscados libros. Mi mayor deseo siempre fue entrar en un libro del que fuese imposible salir, permanecer prisionera de sus páginas e historias narradas en ellas.
Fui así, de aula en aula esperando a que sucediera algo distinto, había caído en la rutina. Era desagradable pensarlo. Otro día más de mi vida terminaba. Me dirigí hacia casa, cuando me di cuenta de que estaba empezando a llover, así que corrí más y más hasta que llegue a casa. Abrí la puerta, y me metí dentro de casa, tenía a mi tía, se veía que estaba esperándome, cuando estaba nerviosa porque tenía que decir algo importante siempre tenía una taza de su té favorito entre las manos. Cuando me vio me hizo una mueca para que me sentará en el sillón que estaba en frente. Me dirigí hacia el sillón y me senté.
-          A partir de mañana buscaras trabajo y ahorraras dinero, y cuando tengas suficiente te independizaras, y ya no vendrás por aquí nunca más. Te puedes quedar aquí mientras tanto.- dijo ella nerviosa por mi reacción.
-          Está bien.-dije yo conmocionada.
-          Vale, adiós me voy a trabajar.
-          Adiós.
Me dirigí hacia mi cuarto cerré la puerta, la cerré suavemente. Me cambie y me metí a la cama. Mañana ya era mi cumpleaños. Mejor no pensar en ello. Me quede dormida. Y soñé por primera vez en toda mi vida.



2 comentarios:

  1. Hola. Me parece una historia muy interesante, me la voy a empezar a leer, y ya te comento.
    Un saludo.
    http://secretsofdirectioners.blogspot.com.es/
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