Una luz cegadora me envolvía sin escapatoria. A
primera vista parecía una fina capa de centelleantes y diminutas estrellas
pero, cuando te conseguía atrapar, se
volvía rígida y dura como una roca. Kiara sentía como sus fuerzas disminuían a
la vez que la cubierta de luz se echaba sobre ella. De pronto, un estruendoso
ruido rompía la cúpula dejando paso a una densa oscuridad. Era un aullido de
lobo.
Kiara notaba como un sudor frío le recorría su espalda
mientras respiraba con dificultad. El aullido no cesó hasta acabar con la luz
cegadora y brillante, dejando a la joven libre y aturdida. Fugaces sombras la
rodeaban reclamando su nombre. Cada vez,
giraban a su alrededor a más velocidad, aclamando su nombre. ¿Qué querrían de ella? El grupo de sombras
siniestras se abrió paso ante ella, dejando visibles dos grandes ojos color
miel. Esa mirada consiguió ponerle los pelos de punta. Le ponía nerviosa y a la
vez le transmitía seguridad, protección…
Sobresaltada y empapada en sudor, Kiara despertó de su
sueño, saltó de la cama y caminó hasta su pequeño armario. Otro nuevo día
comenzaba y ya tenía dieciocho años. Se
supone que, cuando cumples años y es tu gran día, todo te parece de color rosa.
A la gente normal todo el mundo les regalan cosas y les felicitan…son personas
que les quieren. Kiara no conocía ese cariño, no sabía nada del amor de una
madre a su hijo y, dadas las circunstancias que vivía día a día, nadie la iba a
felicitar por sus dieciocho cumpleaños, ni siquiera a acordarse de que hoy es
su día. Su gran día.
Rápidamente, se viste con unos vaqueros desgatados que
se amoldaban a sus delgadas piernas, sus botines negros con cordones y un
jersey ancho de punto del mismo tono que su calzado. Se acerca a su tocador y
contempla su reflejo. Nunca le ha gustado ir maquillada pero, es su día y,
aunque solo ella lo vaya a compartir consigo misma, quiere verse distinta. Coge
su rímel y se aplica un poco en sus largas pestañas de forma que hace que
resalten sus grandes ojos azules. Para finalizar, destapa una barra de labios
color carmín y aplica ligeros toques sobre sus labios carnosos. Lista, ya es
suficiente.
Recoge su mochila del suelo, la cual se carga al
hombro y baja las escaleras hasta llegar a la cocina. Como de costumbre, todos
están desayunando juntos alrededor de una mesa llena de suculenta comida. Falta
su plato, y no le extraña. Siempre ha sido así, nunca fue bienvenida en esa
casa. Daría lo que fuera por salir de allí. Ya no tiene apetito así que, con la
cabeza alta, sale de la casa sin despedirse de nadie. Ellos no lo harían.
Hay algo diferente esa mañana, la gente suele mirarla
con desprecio y los vecinos de las demás viviendas de la calle, cuchichear
entre ellos. Eso no sería así si su tía ni hubiera sacado trapos sucios de
donde no las había. Se dedicaba a inventar habladurías sobre mis fallecidos
padres y, a raíz de ellos, mías. Hoy no,
la gente pasaba a su lado cabizbaja, otros caminaban deprisa sin quitar la
vista del frente… No la rehuían ni criticaban, era como si no existiese para
ellos en ese nuevo día nubloso y gris.
A dos manzanas del instituto, Kiara se para en seco y
recuerda que ha olvidado su redacción de biología sobre la mesa de su
habitación. Mira su reloj de pulsera, aún faltan veinte minutos para que
comiencen las clases, si se da prisa puede llegar a tiempo. La muchacha
comienza a correr calle abajo sin quitar la vista de las manecillas del reloj.
Tiene diez minutos para recoger lo olvidado y correr hacia el instituto. Puede
conseguirlo.
Fugaz como una flecha, Kiara mete la mano en el
bolsillo delantero de su mochila y saca las llaves de la casa. Al primer
intento, introduce la llave en la ranura de la cerradura de la puerta, tiene
que hacer fuerza para terminar de abrirla completamente. Una vez abierta, un
humo blanco sale de recibidor e impide la visión de Kiara. Mueve las manos para
intentar despejar el lugar y, al mismo tiempo, siente como una sensación de
humedad se adhiere a su piel. La niebla se desvanece, dejando ante los ojos de
Kiara un lugar completamente distinto. Los muebles habían desaparecido, dejando
en su lugar, densos arbustos verdes y densas hiedras que cubrían las paredes.
La madera del suelo se había convertido en maleza y la humedad reinaba en todo
el ambiente. Kiara dejó que la puerta se cerrase, sin dar crédito a lo que sus
ojos estaban viendo. ¿Qué había pasado con la casa? ¿Dónde estaban todos? La
mochila resbaló de su hombro y cayó sobre la hierba lata que conseguía llegarle
hasta más arriba de los tobillos.
-¿Hola?- preguntaba ella asustada. La única respuesta
que recibió fue su eco desvaneciéndose en la casa. Comenzaba a sentir como el
miedo le recorría todo el cuerpo. Le temblaban las piernas y la misma sensación
de sudor frío le embargaba de nuevo, al igual que la anterior noche en su
sueño.
Aterrorizada, Kiara vuelve a salir de la casa con la
esperanza de que todo vuelva a la triste normalidad, pero no es así. Al salir,
la calle ha desaparecido, junto con las carreteras y las personas que se
dedicaban a lanzarle miradas de odio y desprecio a esas horas de la mañana. Un
gran contraste entre un frondoso bosque y la ciudad se encontraba ante la vista
de la joven. ¿Y si no se ha despertado de su sueño? Con el miedo apoderándose
de ella, aprieta los ojos con mucha fuerza, tanto que incluso llegan a dolerle.
Sobresaltada, los abre al escuchar un chasquido procedente de unos matorrales
cercanos. Siente las ganas de correr de nuevo hacia la casa, esconderse allí y
no salir jamás. Retrocede unos pasos, sin apartar la mirada del seto del cual se
ha escuchado el ruido. Anduvo demasiados pasos, ya debería haber llegado a la
casa de su tía. Levemente, observa de reojo y contempla como la morada se ha
volatilizado, como tantas otras cosas. Está perdida.
-¡Hola!- grita una voz aguda que asusta a Kiara. Un
niño de baja estatura, aparece de entre los matorrales. Con grandes zancadas se
acerca a ella. A medida que se aproxima, observa que varias pecas adornan el
rostro del joven que, por su apariencia, no debe tener más de once años.
Kiara intenta pronunciar alguna que otra palabra, pero
el temor le ha robado hasta el habla.
-¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?- le
pregunta el jovencito bromista- Me llamo Thai, ¿y tú eres…?
-Me…me llamo Kiara, Kiara Waldlow- le contesta ella en
un susurro casi inaudible.
El muchacho palidece al escuchar el nombre de la
joven. No puede ser…es ella…Thai saca un doblado y viejo papel amarillento del
bolsillo de su chaqueta. Kiara no consigue ver su contenido, perola expresión
del niño le intriga. Observa varias veces la imagen presente de Kiara con su
pergamino. Pasan uno minutos hasta que vuelve a guardarlo en su chaqueta.
-Tienes que venir conmigo, ahora- le advierte Thai.
-¿Cómo?- se extraña ella- No iré a ninguna parte hasta
que no me digas que sitio es este. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?
-Haces demasiadas preguntas y yo no tengo las
respuestas idóneas para ti. Solo tengo doce años, me queda mucho por aprender
y…descubrir. Ven, confía en mí y sígueme.
Veloz, Thai gira sobre sí mismo y camina con pasos
largos y decididos. Kiara lo sigue, admirada por el paisaje del bosque y
exhausta por su largo trayecto. Gran parte de ese lugar estaba repleto de
bosques y laderas, todo menos una sola parte. Al final, se divisaban unos
edificios altos de tonalidades azules y colores metálicos. La mayoría de ellos
destruidos o derrumbados.
-Ya hemos llegado, Kiara.- le avisa el pequeño-
Bienvenida a tu nuevo hogar.
-¿Mi nuevo hogar?
Ante sus ojos, aparece un enorme castillo, rodeado de
pequeñas cabañas de madera. La belleza del lugar asombra a la joven que no
quita la mirada de ni un solo detalle.
-Es precioso, ¿verdad?- le pregunta Thai con una gran
sonrisa. A primer contacto, le ha caído bien. Pensándolo, por ahora es la única
persona que le ha ayudado de alguna forma a llegar a un lugar seguro- Ven-le
coge de la mano- te presentaré a Brígida, la dueña de este lugar.
Juntos, atraviesan la ladera que cruza lo que parece
un campo de entrenamiento y las chozas. A escasos metros de la última cabaña,
unas escaleras de piedra gris y mármol conducen al inmenso castillo donde, a la
entrada, una mujer de avanzada edad y largos cabellos amarillo platino, espera
su llegada.
Thai suelta la mano de Kiara y sube, a gran velocidad,
los peldaños de todos los tramos de escalera. Se sitúa junto a la señora que le
tiende una mano a Kiara desde arriba. Hay algo en la figura de aquella mujer
que le reconforta. Camina, temerosa hasta el antepenúltimo escalón en el que
frena en seco. Ambas, se miran fijamente. Los ojos de la anciana son de un
color gris apagado, escondidos tras unas lentes de vidrio redondas. Sus labios
finos dibujaban una leve sonrisa en su rostro. Kiara acepta la mano de la mujer
que le transmite seguridad.
-Bienvenida a Greenscoat, Kiara Waldlow.
¡Me encanta! Tengo muchas ganas de seguir leyendo,por ahora esta todo muy interesante.
ResponderEliminarSubid pronto,chicas.
Besos.
Hola!
EliminarMuchas gracias por pasarte por nuestra historia<3
Avisaré desde mi blog (graciaxhacermefeliz.blogspot.com) en una nueva entrada el próximo capítulo que subamos:)
Un beso muy grande!
Genial, la historia me esta enganchando bastante y solo voy por el segundo capítulo. Además empatizas fácilmente con Kiara, la protagonista. Con ganas de seguir leyendo.
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