Thyler ha ido mostrándome los alrededores del castillo.
Diferentes campos de entrenamiento rodeaban el edificio de piedra antiguo.
Varios jóvenes entre las edades de quince y dieciocho años luchaban entre ellos
hasta que alguien caía rendido, practicaban con armas; espadas, sables, lanzas,
cuchillos…
-Aquí te enseñarán a protegerte y, sobre todo, a atacar a tu
oponente- me explica Thyler percatándose de la admiración de Kiara hacia los
demás jóvenes- ¿Asombrada, verdad?
Me despierto del trance, sobresaltada.
-Un poco, ¿tú ya no entrenas más?
-Sí, bueno, te preparan hasta que cumple la mayoría de edad.
En tu caso te instruirán en muy pocos días lo que se ha enseñado a estos chicos
en tres años. Serán unos días muy duros, te advierto.
-Podré con ellos- le aseguro convencida de mí misma- Solo una
pregunta más, ¿tendré que acabar con
muchos inocentes en la gran batalla?
-Explícate.
-Ya sabes, me refiero a…matar a personas inocentes- susurro-
Nunca he empuñado un arma.
Thyler se sitúa delante de mí, a escasos centímetros. De
cerca, sus ojos son mucho más amarillentos y reconfortantes. Su corto pelo
negro se esparcía, despeinado, por encima de sus cejas. Ahora, una camiseta
negra ceñida, ocultaba sus marcados abdominales. Estar a su lado me transmitía
seguridad.
-Esta es una lección que no se te debe olvidar, Kiara.- me
avisa- En el campo de batalla nadie, repito, nadie es inocente. Todos están
allí por un motivo y por un pasado. Eligieron un bando y…
-¡Buenos días, Kiara! ¡Qué madrugadora!- exclama Thai que
viene corriendo hacia nosotros. Frena justo a mi lado y mira con recelo a
Thyler- Veo que estás bien acompañada… Brígida quiere verte, ahora.
-Será mejor que no la hagamos esperar- comenta Thyler autoinvitándose
a la reunión con Brígida.
Los tres juntos entran en el castillo y, en lugar de dirigirse
a las elegantes escaleras de mármol
blanco, suben por unas largas escaleras de maderas que, al pisar sobre los
peldaños, estas crujían.
Llegamos al
salón de arriba, Brígida estaba sentada en uno de los sillones. Hizo una mueca
para que nos sentáramos. Me senté en el sillón más cercano de ella, Thyler se
quedó de pie, apoyado en la chimenea.
-Ya veo que os habéis…conocido.-dijo mirando a Thyler,
fulminándolo con la mirada.
-Ya me han informado de que tengo que aprender a
luchar en pocos días.- dije mirando a Brígida, que seguía con la mirada
puesta en Thyler.
-Si es verdad, querida mía, yo he de decidir quién es
tú…entrenador, adiestrador.-dijo mirándome. Thyler miraba la chimenea
encendida. El fuego iluminaba sus rasgos. Se giró hacia al joven apuesto.-
Querido, tú serás su adiestrador, eres buen luchador. No me cabe la menor duda
de que harás de ella una gran…
-¡No! ¡Quiero ser yo!- grita Thai apareciendo de entre
las sombras.
-Jovencito, con esto no se juega. Aun estas en el
primer año.-le regaña Brígida.
-¿Y si me niego?- pregunta Thyler mirándome.-Sabes que
está muy atrasada en esta disciplina, no me puedes pedir que haga esto.
-Aceptarás…porque te lo ordeno yo.- dijo muy seria.
Los ojos de Thyler se oscurecieron.
- Está bien.- accedió enfadado.- ¿De cuántos días dispongo?
-De tres días.-
aseguró inexpresiva. Las facciones de su anciano rostro se tensaron.
-¡Pero si aún no ha descubierto su poder! ¡Cómo me
puedes pedir esto! Es imposible…- exclamó alzando los brazos.
- No me subestimes, saldrás perdiendo.-le dije confiada. Sus ojos se
oscurecieron más.
-Me alegro de que os llevéis también.- dijo en tono
irónico. Se dio la vuelta, dándonos la espalda a Thyler y a mí.
-Pues…vamos a empezar.- dijo mientras venía hacia mí.
Me levante rauda. Salió por la puerta antes que yo, me costó un poco
alcanzarlo.
Bajamos las viejas escaleras a toda prisa, Thai se
había quedado arriba, seguramente enfadado por la decisión de Brígida. Me cogió
del brazo y me llevo a otro rincón apartado. Antes al empuñar aquella espada,
me había sentido libre, ahora…se me daría también manejar la espada como
realizar otras disciplinas… Se paró en medio de un gran círculo dibujado en el
suelo. Me lanzó una espada y el cogió otra.
-Enséñame lo que sabes hacer.- dijo empuñándola con
sutileza. A primera vista, parecía como si hubiera nacido para aferrarse a un
arma. Su pose al sujetar la espada, era muy distinta a como lo hacían otros
estudiantes. Era mucho más elegante y delicada.
Algo en mi interior me decía que no pensará, que fuera
a por él. Y así fue. Él esquivo aquella puñalada que iba directa a su corazón
con un ágil movimiento.
- No ha estado mal, ¿qué más sabes hacer?- preguntó con una pícara sonrisa.
-Si no me atacas, no te lo puedo demostrar.- le dije
insinuante. Esa voz en mi mente se había
adueñado de mí ser, dejando a un lado a la Kiara tímida frágil como el cristal.
- Si es lo que quieres…-dijo muy serio, alzando las cejas.
-Lo que quiero es una pelea de verdad.-le dije
empezando a enfadarme. Me estaba infravalorando.
-Lo que desees.- dijo haciendo una reverencia.
Empezó a atacar a diestro y siniestro, yo esquivaba y
atacaba, con igual de ímpetu que él. No me dejaría ganar, no le dejaría pensar
que soy tan frágil. Fue a atacar y mi interior me dijo: “Ábrete hueco. Busca
su punto débil” Yo efectué el movimiento que mi mente me había dicho. Su
espada cayó y mi cuerpo actuaba por sí solo, mi cabeza no pensaba. Ni siquiera
estaba cansada. Me levante rápido del suelo y le hice un barrido con la pierna.
Ya no llevábamos espadas. Cayó al suelo. Sus ojos parecían dos fuentes de
fuego, aquellos preciosos ojos dorados, ardían de rabia. Cogí su espada del
suelo, y le apunté al corazón. Llevábamos quince minutos luchando sin parar.
-No está nada mal, para ser la primera vez que
luchas.-dijo ocultando su ira por haber perdido. Tiré la espada y le ayudé a
levantarse.
-Gracias, te avisé de que no me infravalorases.- le
dije con tono de superioridad.
Se giró y fue a por un arco situado en una gran caja construida
por barrotes de metal en el centro del campo de entrenamiento. Cogió las
flechas y un arco plateado, parecía muy pesado.
-Vamos a comer en el bosque, espera aquí.- dijo
dándome el arco. Se fue corriendo.
Estuve esperando varios minutos, observando anonadada
aquel bonito paisaje. Me di cuenta de que había unos cuantos pequeños cuchillos
esparcidos por el suelo y tres dianas al fondo. Me acerqué, quería probar mi
puntería. Cogí los cuchillos y, sin pensar, lancé el primero dando en el centro
de la diana. Agarré el segundo y volví a tirar sin pensar, volví a dar en la
diana. Tiré el tercero, del mismo modo que los anteriores, este también dio en
el medio. De repente, empecé a oír un ruido de cascos de caballo, a divisé a Thyler
con dos caballos, uno marrón muy oscuro y otro blanco. Se acercó a mí.
- ¿Has montado alguna vez a caballo?- preguntó mientras cogía las armas y se
las iba guardando en los huecos de una especie de cinturón.
-No.- le dije, él se cruzó las dos dagas en la
espalda. Empezó a rebuscar por el suelo.
-Pues está va a ser tu primera vez.- dijo mientras
seguía buscando.
- ¿Qué haces?-pregunté intrigada.
-Buscar los pequeños cuchillos que había dejado aquí.-
dijo siguiendo buscando, sin levantar la vista del suelo.
-Sé donde están.- le aseguré entre pequeñas risas.
Empecé a andar lentamente hacia las dianas. Notaba como la mirada de Thyler se
clavaba en mi espalda. Llegué a las dianas y fui desclavando uno a uno todos
los cuchillos que había lanzado anteriormente. Me giré hacia él, quería ver su cara. Se
mostraba poco… ¿enfadado? Me acerqué hasta su altura.
-¿Los has clavado tú?-pregunto curioso.
-Sí, mientras estabas buscando a estos dos
caballos.-dije dándole los cuchillos, me dirigí a los caballos para acariciarles.
Nunca había estado tan cerca de unos animales tan bellos como aquellos.
-Ya, y no te han dicho que se hace lo que te diga tu
adiestrador.-dijo con tono enfadado.
-Pues mira, hasta ahora, no. -le recriminé sin
mirarle.
-Bien…nos vamos a ir a hacer tiro al bosque. Quiero
comprobar tu puntería con mis propios ojos, andando.-dijo mientras se metía los
cuchillos en sus respectivos huecos.- Este es el mío y este es el tuyo.-dijo
mientras se acercaba a el caballo oscuro. Le acarició el lomo.
-¿Tienen nombre?- le pregunte mirándole a los ojos.
-Sí, el tuyo se llama Alma y el mío Vivaz. Yo mismo
los llevo criando y adiestrando todos estos años de mi estancia aquí.- Apoyé un
pie en el estribo de cuero negro.-Ten cuidado, ¿quieres que te ayude?- me
preguntó acercándose a mí.
-No, no hace falta.- le dije mientras cogía impulso y
subí a la silla de montar a la primera.
Al ver que ya estaba arriba, subió. No tardamos ni un
segundo en emprender el viaje al bosque.
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