-Sé que no os ofrezco la gloria eterna,
ni siquiera una victoria segura- les gritaba a todos los presentes en la gran
sala del castillo de New Sun Shine- pero os aseguro que juntos, uniendo
nuestras fuerzas, valores y alma, conseguiremos derrotar a la oscuridad de una
vez por todas. Liberar a GreenCoast del mandato de Deathmort. ¡Eso es lo que
queréis y os ayudaré a lograrlo! ¡Yo lucharé por el reino! Pero con vuestra
ayuda, apoyo y fidelidad, seremos invencibles. Solo os pido que os unáis a mí.
Tal vez sea la elegida sí, pero no dejo de ser otro cuerpo enjaulado bajo las
garras de Deathmort y sus secuaces, como todos vosotros. ¡Merecéis ser libres y
yo puedo llevaros a esa libertad! ¡Juntos podemos lograrlo!
Todos los guerreros presentes me
prestaron toda la atención que podían ofrecerme. Intenté mirar a todos y cada
uno de ellos, girando sobre mis pies, poco a poco mientras mis palabras manaban
fluidas de mi garganta.
Uno de los elfos se levantó de su silla
y, con la espalda erguida y sin apartar la mirada de mí, alzó su espada como
símbolo de que me ofrecía su apoyo en la batalla. Después, se fueron sumados
todos los demás, alzando sus espadas con virtud y valentía. Había conseguido
tener a todos los guerreros de New Sun Shine de mi lado. Una sonrisa se dibujó
en mi rostro, aunque debía de mantenerme firme, yo era su líder. De repente, la
luz de la sala comenzó a disminuir y, todos los guerreros, bajaron sus espadas
hasta llegar a tirarlas al suelo, donde se desintegraron sin motivo alguno.
Anduve unos cuantos pequeños pasos hacia atrás, cuando las caras y cuerpos de
los presentes se empezaban a desfigurar y a romper en diminutos pedazos, como
un jarrón de cerámica que se cae al suelo hecho añicos a causa de un golpe
brusco. Cuando todos se hubieron desintegrado, desapareciendo ante mis ojos sin
motivos, grandes sombras negras se elevaban con suma rapidez desde el suelo
hasta más de la altura que yo medía. Comenzaron a girar, aumentando su
velocidad de forma que, aparte de sentirme temerosa, consiguieron marearme. De
pronto, se pararon en seco y se abrieron dejando paso a una luz blanca y
brillante. De ella, una figura caminaba hacia mi posición con zancadas
decididas. Un joven vestido completamente de negro, dejando al descubierto una
marca con forma de lágrima atravesada por una flecha en su hombro. Era Thyler.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba de pie delante de mí, con las manos
cruzadas detrás de la espalda. No pude evitar dirigir mi mirada a su marca del
hombro, una seña que jamás había visto antes en su cuerpo. Tal vez no le había
prestado demasiada atención, ya que ésta parecía de nacimiento. Los ojos del
muchacho ya no tenían ese color dorado y cálido, ahora eran negros como la
noche, ni siquiera podía distinguir su pupila del resto. Un sonrisa torcida
apareció en su rostro, su gesto hizo que temblase y sentía como el sudo frío me
corría por la espalda y la nuca. Thyler acercó su boca a mi oído y me susurró:
-Todos tenemos un lado oscuro. ¿Cuál es
el tuyo, elegida?
Su voz sonaba fría y apagada, no era él,
de eso estaba segura. Nunca me había sentido incómoda a su lado, no hasta
ahora…
Con un ágil movimiento, Thyler consiguió
inmovilizarme, colocándome una daga de plata en mi garganta, la cual, lentamente
fue bajando hacia mi corazón con la mano firme y sin remordimientos. Un ahogado
grito salió de mi boca. No creía lo que estaba sucediendo, la persona a la que
amaba estaba a punto de matarme, sin lástima ni corazón.
-Tal vez esta daga de plata te produzca
menos dolor que a mí- me susurró con voz grave, hundiendo la punta del arma en
mi pecho.
Un estruendoso alarido salió de mi
garganta, haciendo que me sentase sobre la cama, escuchando el acelerado latido
de mi corazón mientras las lágrimas y el sudor se mezclaban un mis pómulos.
Todo había sido un mal sueño, una terrible pesadilla. La confusión y el miedo
se habían adueñado de mí. No recordaba cómo había llegado a parar a aquella
cama. Mi último recuerdo era caer inconsciente en el lomo de aquel bello lobo
de pelaje cobrizo.
Me destapé y encogí mis piernas,
llevándolas hacia mi pecho. Oculté mi cara en ellas con la finalidad de acabar
con mis llantos.
-¡Kiara!- escuché oír mi nombre a gritos
desde los pasillos. Reconocí la voz al instante. Thyler llegó a mi habitación,
abriendo la puerta de ésta de par en par, impactándola contra la pared rugosa
de la habitación. Ver su rostro con esos grandes ojos amarillos y las manos
libres de armas, hizo que mis sollozos resurgiesen, esta vez más intensos y
llenos de miedo y dolor. Oculté de nuevo mi cara sobre las piernas mientras
Thyler cerraba la puerta tras de sí y se aproximaba a mi cama, donde se sentó
cerca de mí. El calor que irradiaba su cuerpo llegó a mi piel, impregnándose en
ella.
-Kiara, ¿qué ocurre? Te he escuchado
gritar- acercó su mano a mi cabello con intención de acariciarlo pero, sin
ninguna intención y bajo el poder de mi propio temor, levanté mi rostro y
retrocedí hasta que mi espalda topó con el cabecero de la cama. Ante mi gesto,
la expresión de Thyler cambió por completo, mostraba mucha más preocupación y
angustia. Él fue a pronunciar alguna palabra pero, venciendo mi miedo y
sabiendo que era él verdaderamente, me abalancé sobre sus brazos dejando que
Thyer estrechase en los suyos.
-Kiara, basta de llantos y dime lo qué
ocurre, por favor- susurró el joven colocándome un dedo bajo la barbilla para
que le mirase. Veía su rostro borroso por culpa de las lágrimas, me limpié los
ojos para intentar ver con más claridad.
-Solo ha sido una pesadilla.
-¿Qué ocurría en ella?
No contesté al instante, ni siquiera
estaba segura de contarla la verdad sobre mi sueño y su intento de acabar con
mi vida en el. Contárselo solo serviría para preocuparle más y debía mantenerme
fuerte, la batalla estaba cerca.
-Era…era el sueño de siempre. El lobo,
la luz cegadora…las sombras- le mentí. Él me miró frunciendo el ceño.
-Kiara, sé cuando me ocultas algo.
¿Estás segura de qué el sueño trataba de eso? ¿Cómo todos tus primeros antes de
llegar a GreenCoast?
-Sí- susurré con la voz quebrada.
-Está bien, pero me preocupas. Me he
enterado de tu accidente de ayer por la noche, uno de los lobos de la Orden de
GreenCoast te trajo aquí de nuevo, ¿lo recuerdas?
Me limité a asentir, estaba cansada pero
no tenía todas conmigo de poder volver a dormir a pierna suelta todo lo que
quedaba de noche.
-Thyler no te vayas, quédate conmigo
esta noche, por favor- le pedí, apoyando mi cabeza sobre su hombro.
Thyler me miró como siempre solía
hacerlo, con esa mirada tierna que me reconfortaba hasta en la más peligrosa
situación. Me acarició el cuello con la yema de los dedos hasta la clavícula.
-Siempre me quedaré- me dejó una suave y
dulce beso en la mandíbula- Vamos, ahora intenta descansar, mañana partiremos
hacia los principales dominios de Deathmort.
Asentí exhausta y entré en la cama,
dejándole un espacio a Thyler y tapándome con las sábanas. Él se desprendió de
la camiseta y se tumbó a mi lado. Ahora, tal y como aparecía en mi sueño, puedo
ver esa marca escondida en su hombro. Una especie de lágrima atravesada por una
flecha. Me abrazó, estrechándome contra su pecho para que sintiese todo su calor.
Apoyé mi cabeza en él mientras me sentía protegida en sus brazos. Cerré los
ojos, dejando que Thyler ahuyentase a mis malos sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario